26 septiembre 2006

El laberinto


Desde que leyó aquel libro de Ken Follet que una amiga le había prestado, ya no veía de igual forma las construcciones antiguas.

Hacía tiempo que le rondaba la idea por la cabeza y llevaba unos cuantos días en el transcurso de esa tarea: posar la mano en una ermita del siglo XII que en cierta ocasión llamó su atención.

Doscientos diecisiete kilómetros le separaban de su objetivo desde que comenzó su pequeña aventura, y ese día podía conseguirlo, pues sólo le faltaban doce kilómetros para terminar de arrastrar sus pies por los tortuosos caminos y de quemárselos con el maldito asfalto, de dormir en albergues, de malcomer lo que fuera. Calor, frío, lluvia, viento, más calor.

Conocía la sensación, pues ya había estado en numerosas catedrales posando la mano y dejando fluir la imaginación, trasladándose al pasado, figurando situaciones entre constructores... la carga del material, sogas, puntos de apoyo, niveles rudimentarios pero eficaces que llevarían a cabo el sueño que alguien tuvo en su día.

“La máquina del tiempo” le llamaba él.

Pero esta vez era especial, lo había planificado todo. Doscientos diecisiete kilómetros hasta llegar a la ermita y poder tocarla. Quería sentirlo de otra manera. Esta vez tenía que ser distinto.

Y así fue como, subiendo un sendero, sintió un olor especial. Algo le decía que su camino pronto iba a acabar, y minutos más tarde lo confirmaría con un campesino que estaba sentado en una gran piedra.

- Buenos días – saludó con energía.

- Buenos días – respondió el campesino.

- ¿Sabe usted si queda mucho para llegar a la ermita de San Juan?

- Pues... no le queda mucho, - dijo tras seguir el sendero con la mirada y señalando sonriente,- una vez que llegue a lo alto del camino, le quedarán unos pocos metros.

- Muchas gracias – se despidió del campesino casi con nerviosismo y aceleró el paso para alcanzar el alto del sendero y así poder ver la ermita.

Cinco minutos más tarde alcanzó la cima del camino y jadeante, paró su marcha para llenar su mirada con lo que tenía delante.

La ermita de San Juan le quedaba a unos escasos doscientos metros de donde él estaba, apoyada sobre un manto verde que cubría toda la extensión de la llanura que tenía bajo sus pies. Al lado de la ermita un árbol con un tronco ancho que la protegía de la dureza de los rayos del Sol. Sin embargo la presencia de un coche familiar bajo la sombra del árbol rompía el traslado al pasado que a él le apetecía sentir.

- Es un detalle sin importancia – se dijo - ¿qué esperabas?, ya no quedan sitios libres de civilización.

Sabía que había llegado el momento y se dispuso a terminar la aventura que hacía más de doscientos kilómetros había comenzado. Ahora le quedaba el viaje espiritual que tanto tiempo había rondado por su cabeza. Este debía ser especial, y para ello memorizó el camino que tenía delante hasta llegar a la ermita. Cada piedra, cada brote de hierba, cada elevación del terreno se iba marcando en su mente para terminar su travesía con éxito.

Cogió aire y cerró los ojos dispuesto a emprender los doscientos metros restantes de esta forma, guiado sólo por el resto de sentidos. Levantó un pie y dejó caer el peso del cuerpo, sin saber cuando tocaría suelo. Escuchó la gravilla al ser pisada y se sonrió. Exactamente eso era lo que quería sentir, atender estímulos que a veces se veían ensombrecidos por otros. Mientras iba avanzando con los ojos cerrados, le llegó el olor de la hierba, la brisa que le acariciaba la cara, el sonido de las hojas del árbol al rozarse entre ellas, el chapoteo de un pie que había pisado un pequeño charco, el olor del romero que iba dejando detrás suyo y el crujir de alguna rama seca en el sendero.

Hizo un alto y se planteó abrir los ojos, como cuando era pequeño y algún juego le obligaba a permanecer con los ojos cerrados. No podía hacer trampa. No quería. Pero el resultado de todo ese viaje, de todos los días que había estado esperando ese momento, debía ser perfecto. Entreabrió levemente los ojos y mirando a través de las pestañas descubrió la imagen desenfocada de la ermita que le decía que le quedaban escasos metros.

Extendió las manos y continuó andando con los ojos cerrados, esperando el contacto áspero de la piedra. Los pensamientos de emoción le despojaron del resto de sentidos y un nudo en la garganta estaba a punto de estallar. Ni los doscientos diecisiete kilómetros anteriores habían sido tan largos como esos pocos metros que le separaban de su bautismo espiritual.

Y por fin el frío, la aspereza, la textura arenosa y el basto tallado en el que descansaban sus manos. El tiempo por sus venas. Siglos de distancia y sin embargo, en ese mismo momento podía estar unido a él con el hecho de pensar que alguna vez, alguien de otro tiempo, había utilizado su fuerza para construir esa ermita.

Piedra a piedra.

Y así, dejándose llevar, el nudo de la garganta se deshizo. Poco a poco, cayendo lentamente, acabó de rodillas, con una mano tapándose el rostro y la otra en contacto con la ermita. Hasta que hundió la cabeza en su pecho y repasó todos esos días en que había estado buscándose a sí mismo. Solo. En su propio laberinto.

Pasaron unos minutos antes de escuchar unos pies arrastrados por la gravilla. Con la cabeza todavía caída, vio por el rabillo del ojo unos zapatos infantiles que se quedaron quietos. Observándole. Levantó la cabeza y la giró para ver quién era. Resultó ser una niña de unos cinco años, con grandes ojos negros y pelo castaño rizado. Iba acompañada de un caballito marrón de tacto aparentemente aterciopelado, con los ojos redondos y brillantes, que descansaba en sus brazos. Un segundo después, detrás de la niña apareció un hombre con rostro tranquilo que debía de ser su padre y posó su mano en el pequeño hombro.

- ¿Por qué lloras? – le preguntó la niña.

Antes de responder se secó las lágrimas mientras miraba a su alrededor, y con un gesto como de querer abarcarlo todo sonrió a la niña.

- Por esto – dijo tocando la fría piedra, - y por esto – dijo señalándose el corazón.

Se puso en pie, se sacudió las rodillas y se dirigió a la niña.

- Hace días emprendí un camino de doscientos diecisiete kilómetros, ¿sabes cuánto es eso?... mucho, eso es mucho. Me ha llovido, he pasado mucho calor, he pasado hambre y a veces los pies me sangraban por la dureza del camino. Las noches a la intemperie han sido muy frías y gracias a algunos albergues he podido descansar un poco mejor - bebió un poco de agua y continuó, mirando al padre a los ojos con la mirada emocionada. - Pero hoy, por fin, he alcanzado mi meta. Cuando comencé el camino, esta construcción y su pasado eran mi única meta; pero hacer el camino solo y sufriendo lo que he sufrido, hace que ahora me dé cuenta que he alcanzado dos metas.

El padre dejó entrever una leve sonrisa de satisfacción y miró con orgullo a la niña, que le devolvió la mirada con inocencia.

- Es increíble ver los sentimientos que puede llegar a despertar una creación humana, ¿verdad? – dijo el hombre sin quitar la vista de su hija.

- Sí – respondió el otro, sabiendo que por fin alguien compartía su idea – nunca pensé que algo así –dijo señalando a la construcción- me provocaría tales sensaciones.

El hombre separó los ojos de la niña y se dirigió al peregrino.

- Pues más increíble es ver al cabrón de mi suegro, con 70 años y vestido de campesino diciendo que esto es el final del camino a la ermita de San Juan, cuando en realidad está a nueve kilómetros más al oeste. -Dijo levantando la voz. -Y no me pregunte qué coño es este edificio que yo no tengo ni zorra... Bastante tengo con venir todos los días, desde hace dos meses, a ver si encontramos al abuelito de los cojones...


(Tema central: "Temptation". Álbum "Hotel" de Moby)

21 septiembre 2006

¡¡No podemos seguir así!!


Sí, lo sé... hace tiempo que no escribo, y así no podemos seguir.

Cuando empecé con esto me lo dije: "Tienes que escribir. No quiero que esto del blog se convierta en una fiebre pasajera"... así que he vuelto y espero no dejar de hacerlo (no coñe, no me refiero a dejar de volver, sino de escribir).

Pensé que el problema podía venir de no saber qué contar, pero creo que viene más por no ponerme a escribir. Joder, contar siempre se puede contar algo, y esto al fin y al cabo sirve de entretenimiento para mí y para manteneros informados a vosotros, así que haré un resumen acelerado de qué es lo que ha pasado en este tiempo que llevamos sin escribir.

¡¡ÑÑÑÑÑÑÑÑIIIIIIIAAAAAAAOOOOOOOOO!!....

Y en definitiva, eso es lo que ha acontecido en todo este tiempo... Eso, y lo más importante: La mami y Daniela están muy bien.

Lo dicho: ¡¡Vuelvo a la carga!!


(Tema central: "Fly me to the moon". Frank Sinatra)